Conocer cuál es la voluntad de Dios ha sido uno de los temas centrales del cristianismo por miles de años. En este artículo, abordaré de qué manera el creyente puede descubrir la voluntad de Dios a través de una revelación progresiva de la Palabra en su vida. Las tres preguntas a resolver podrían ser las siguientes: ¿Cuál es la voluntad de Dios para el mundo y cómo afecta esto al cristiano? ¿Qué impide que una persona conozca la voluntad de Dios? ¿Cómo puede un creyente discernir mejor la voluntad de Dios para su vida?
Empecemos por declarar que la mente del ser humano es corrupta en su totalidad, lo que le priva de la posibilidad de entender los propósitos de Dios, sin embargo, una vez que una persona es iluminada y regenerada por el Espíritu Santo, y mediante la revelación especial, este nuevo creyente está capacitado para descubrir lo que Dios demanda del mundo y cómo su vida se une con este propósito general de redención.
La voluntad de Dios y el pecado original
Hay dos maneras de abordar el tema de la voluntad de Dios. La primera tiene que ver con los asuntos prácticos de la vida diaria de un cristiano: “¿en qué país viviré?”. “¿Con quién me casaré?”. “¿A qué ministerio o actividad profesional dedicaré gran parte de mi tiempo?”, entre otras cosas. A esta voluntad la llamaremos en este artículo la voluntad específica de Dios. La segunda manera de entender la voluntad de Dios es situando a la iglesia en el plan de salvación de Dios para el ser humano. A esta última la llamaremos la voluntad general de Dios. Por un propósito pedagógico, quisiera ir de lo general a lo particular, para que comprendamos de qué manera el gran propósito de Dios para con el ser humano determina a su vez su voluntad particular para con sus hijos.
Lo primero que vale la pena preguntarse es: ¿Cuál es la voluntad de Dios para toda la creación? Esta pregunta nos conduce a los orígenes del ser humano, en el huerto del Edén. En el día sexto de la creación, Dios dijo: hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza (Gn. 1.26). Versículos después se menciona que Dios creó a un hombre y a una mujer; ambos compartían los mismos atributos y dignidad, y ambos tenían la imagen y la semejanza de Dios, es decir, estaban en perfecta comunión con su creador, pues no había en ellos maldad alguna, sino que todo era “bueno en gran manera” (Gn. 1.31).
A estos primeros seres humanos Dios les mostró de manera clara su voluntad. En el relato del Génesis se nos recuerda que el Señor les entregó un propósito: fructifíquense y multiplíquense, llenen la tierra y sojuzguenla (heb. Kabásh, que traduce conquistar).
Dios puso al hombre como administrador de su creación. Su tarea consistía en labrar la tierra para que fuese fructífera, pero también le fue dado un mandamiento: tener hijos y poblar la tierra. De acuerdo con el rey David, el ser humano fue coronado de gloria y majestad, y toda la creación fue puesta en sus manos para que la señoreara (Sal. 8.4-6; comp. con Gn. 2.15). De esta manera, Dios reveló su voluntad específica para Adán y Eva: cuidar del huerto del Edén.
A su vez, Dios dejó clara su voluntad para Adán por medio de otra ordenanza: de todo árbol de huerto podrás comer, pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás (Gn. 2.16).
«La voluntad de Dios era que el ser humano le obedeciera en todo y viviera con Él en una relación de confianza absoluta».
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No declaró esta condición por capricho, sino que la razón comprometía la misma vida del hombre, su integridad: “porque el día que de él comas, ciertamente morirás” (Gn. 2.17).
En su libre albedrío, el ser humano tenía la oportunidad de decidir si obedecía a su creador. Como sabemos, la primera pareja determinó resistirse a la voluntad de Dios. Génesis 3 nos relata el momento en el que Eva, engañada por la serpiente, comió del fruto y le dio a su marido. Las primeras consecuencias salieron a flote: le fueron abiertos los ojos y se dieron cuenta que estaban desnudos, y cosieron hojas y se hicieron delantales (Gn. 3.6-7).
El relato nos indica que Dios señaló más consecuencias para los involucrados. A la serpiente, que viene a representar la influencia del diablo en el mundo, le dijo: pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar (Gn. 3.15). A la mujer le multiplicó sus dolores de parto y la sometió a la voluntad y gobierno del hombre y, por causa del hombre, la tierra fue maldita, por lo que ahora el ejercicio de conseguir alimento sería más tortuoso.
Menciono esto porque creo firmemente que la voluntad específica de Dios para Adán y Eva, esto es, sojuzgar y gobernar la tierra, se convirtió en la voluntad general de Dios para el resto de la humanidad a futuro. Y esto ocurrió por dos razones: primero, Adán y Eva perdieron los beneficios de estar bajo la cobertura y voluntad de Dios a causa de su trasgresión, en otras palabras, no podían llevar a cabo los propósitos de Dios porque habían quedado inhabilitados en su mente, alma y espíritu para hacerlo y, segundo, porque solo a través de la cimiente de la mujer, esto es, Jesucristo, todas las cosas serían nuevamente restauradas.
Como lo menciona Graeme Goldsworthy (2011) en el libro Estrategia Divina: “el pecado original del hombre provoca una sentencia de muerte, se ha roto la comunión con Dios, se objeta la Soberanía del hombre, y los humanos enfrentan una muerte inevitable” (p. 144). Esta muerte significa también la pérdida de la capacidad para que el ser humano busque y entienda por sí mismo a Dios, fuera de la obra del Espíritu Santo. A esto se refería Pablo al afirmar que, el ser humano, habiendo conocido a Dios, no le glorificó como a Dios, sino que se envanecieron en sus razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido (Ro. 1.21). Como consecuencia, y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una “mente reprobada”, para hacer cosas que no convienen.
Vale la pena profundizar en la palabra “entregó”, del griego paradídomi. Se trata de una palabra compuesta de dos partes: pará, que significa “al lado de”, y dídomi, que significa “dejar en un lugar” o “echar a la suerte”. En otras palabras, el ser humano fue dejado “fuera de” la presencia misma de Dios, fue “echado a su suerte” en un mundo caído.
De acuerdo con el contexto de Romanos 1, Pablo no se refiere a un grupo específico de personas que rechazan a Dios a diario, sino que apunta a toda la humanidad, que está apartada de Dios a causa del pecado de Adán, el primer hombre. Pablo lo dijo de forma clara en Romanos 5.21, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte (Gn. 3.6), así la muerte pasó a todos los hombres.
De esta manera, todos los seres humanos, después de Adán, son considerados ante Dios como trasgresores, y no solo eso, en verdad heredaron su naturaleza de pecado y, por tanto, todos tienen una mente reprobada que no puede entender la voluntad de Dios, «porque el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente» (1 Co. 2.14).
Sobre las consecuencias del pecado heredado en la vida de los seres humanos, el teólogo Wayne Grudem (2009) explica que, en nuestras naturalezas, carecemos totalmente de bien espiritual ante Dios. El autor explica: “No es cuestión de que algunas partes de nosotros sean pecaminosas y otras puras. Más bien, cada parte de nuestro ser está afectado por el pecado: nuestros intelectos, emociones, deseos, corazones (el centro de nuestros deseos y de toma de decisiones), nuestras metas y motivos e incluso nuestros cuerpos físicos” (p. 520-521).
Por tal motivo, nuestro sentido de la voluntad de Dios es nulo y el camino de regreso a la voluntad de Dios es una suerte de regreso al paraíso, al estado original de las cosas, para lo cual vale la pena profundizar en la revelación general de Dios y en la revelación especial a través de Jesucristo y su Palabra con relación a Su voluntad para nosotros.
La revelación general: ¿un camino hacia la voluntad de Dios?
A pesar de las consecuencias del pecado en el mundo, el ser humano goza de ciertos privilegios derivados del señorío de Dios sobre la tierra. Por ejemplo, podemos decir sin temor a equivocarnos que Dios se ha comunicado con el hombre, y se ha revelado parcialmente a este de manera que “nadie tenga excusa” de decir que no lo conoce (Ro. 1.20).
«Dios tomó la iniciativa de revelarse a sí mismo a las personas a través de la creación y la ley moral escrita en sus corazones».
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Por una parte, Dios muestra a través de la creación atributos como su omnipotencia, sabiduría, inmensidad, soberanía o trinidad. John MacArthur explica que: “En su gracia, [Dios] ha provisto evidencias abundantes de Él mismo. En su soberanía, Dios manifestó universalmente todo lo que se conoce de Él. Por lo tanto, ninguna persona puede alegar ignorancia de Dios, porque de manera totalmente independiente de las escrituras, Dios siempre se ha revelado a sí mismo al hombre, y lo sigue haciendo” (MacArthur, 2010, p. 107).
Por otra parte, Dios muestra sus atributos morales a través de la ley escrita en el corazón de los hombres, revelándoles en su mente lo que es bueno y lo que es malo (Ro. 2.14-16, comp. con Gn. 3.22). Sin embargo, lo que se conoce de Dios a través de sus leyes morales y la creación no es suficiente para comprender cuál es Su voluntad con respecto a sus hijos. Como lo revela Génesis 3.15, es importante reconocer que el objetivo primordial de Dios no se limita a que el ser humano reconozca su existencia y atributos, sino que, además, Él “quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al pleno conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2.4). Para ello debemos considerar la importancia de Cristo y la Palabra escrita (revelación especial) en el camino de comprender la voluntad de Dios para el mundo y sus hijos.
La revelación especial y la voluntad de Dios
Hasta este punto hemos visto que la voluntad general de Dios para el ser humano es que gobierne la creación, esto es, sojuzgue la tierra y reine para su Señor todo lo que existe en ella (Heb. 2.5-8). Sin embargo, a causa de la desobediencia de Adán y Eva, el pecado entró en el mundo, privando al ser humano de su capacidad para conocer la voluntad de Dios y relacionarse con Él. Señalamos que, en su misericordia, Dios no descartó al hombre, sino que le permitió vivir, con el firme propósito de restaurar la relación con él. De esta manera, y mediante Su gracia común, el ser humano goza de ciertos privilegios a pesar de su condición caída, entre ellos, conocer parcialmente a Dios a través de las cosas creadas y la ley moral escrita en sus corazones.
Ahora, quiero señalar que fuera de la revelación especial de Dios es imposible conocer la voluntad de Dios. En otras palabras, sin la revelación dada a través de Jesucristo y la Palabra escrita, el ser humano no podrá comprender lo que Dios demanda del mundo ni lo que quiere para cada uno de sus hijos.
Empecemos por explicar de qué manera Jesucristo revela la voluntad de Dios para sus hijos. Como hemos señalado, en el relato de la caída, Dios le entrega una promesa de salvación a la humanidad al asegurar que la cimiente de la mujer aplastará la cabeza de la serpiente (Gn. 3.15).
Esta promesa se extendió hacia dos personajes bíblicos importantes. El primero de ellos, Abraham, a quien se le aseguró que, en su cimiente, serían “benditas todas las naciones de la tierra” (Gn. 22.18, comp. con Gal. 3.13-16), refiriéndose de manera general a su descendencia física, pero también a su descendencia espiritual mediante la persona de Jesucristo (vea Gn. 17.5). El segundo personaje es el rey David, a quien Dios prometió que su trono sería establecido para siempre en su hijo (o cimiente), refiriéndose a Jesucristo (2 S. 7.12-14).
De esta manera, podemos decir que en Jesucristo la maldición del pecado ha sido anulada y el mundo vencido. Gracias a la segunda persona de la trinidad, al fiel sumo sacerdote de todos los creyentes, podemos tener acceso de nuevo al Padre y, por tanto, al conocimiento de la voluntad de Dios (Heb. 10.19-22). No solo su sangre nos ha limpiado de toda maldad y nos ha hecho aceptos delante del Padre, sino que Cristo mismo es la revelación de Dios. Esto dice la Teología Sistemática de Grudem al respecto: “Entre los miembros de la Trinidad, es especialmente Dios Hijo quien, en su persona, tanto como en sus palabras, tiene el papel de comunicarnos el carácter de Dios y expresarnos su voluntad” (Grudem, 2009, p. 47).
A su vez, Matthew Henry (1999) afirma: “Cristo nos ha declarado la mente del Padre con respecto a nosotros, de la misma manera que la palabra o el discurso de un hombre nos da a conocer sus pensamientos. Sólo Cristo podía declararnos con toda precisión, exactitud y profundidad la mente de Dios” (p. 1351).
Hebreos 1 apunta hacia la misma verdad: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo” (Heb 1.1-2).
De modo que en Cristo podemos conocer la mente del Padre con toda precisión, exactitud y profundidad, porque solo Él conoce exhaustivamente al Padre. De hecho, estando en la tierra, Jesús afirmó que todas las cosas le fueron entregadas por el Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni nadie conoce al Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar (Mt. 11.27).
Una lectura rápida del sermón del monte deja en evidencia lo que Jesucristo exige del mundo. El deber supremo y la misión más importante del cristiano es obedecer las ordenanzas de Jesús. Él mismo se ha revelado como el mesías y el Hijo de Dios (Jn 10. 22-38). Se ha mostrado como el camino, la verdad y la vida (Jn.14.6), en Él está toda la fuente del conocimiento y la voluntad del Padre se conoce claramente en sus palabras.
Y con esto entramos al segundo punto clave en el proceso de conocer la voluntad de Dios: su Palabra inspirada. Como afirma Pablo, toda la Escritura fue “inspirada por Dios”, y es útil para que los creyentes sean perfectos, enteramente preparados para toda buena obra (2 Ti. 3.16).
De manera general, además de los decretos de Dios, la comunicación personal de Dios y las palabras dichas por labios humanos inspirados por Dios, la Biblia, redactada por hombres impulsados por el Espíritu Santo, fue la manera como Él quiso revelar toda su voluntad. La primera forma en la que se registraron las Palabras de Dios de forma escrita fue mediante las tablas de los diez mandamientos (Éx. 32.16; 34.1, 28), y denota la autoridad, claridad, necesidad y suficiencia de las Escrituras en la vida del cristiano (vea 2 Ti. 3.16-17).
Como prueba de ello, el libro de los Hechos revela que Pablo no rehusó declarar a los creyentes gentiles “todo el propósito (gr. boulé, esto es, voluntad o designio) de Dios” (Hch. 20.27) a través de la predicación fiel del Antiguo Testamento. En el Salmos 40.8 el salmista declara: “me agrada, Dios mío, hacer tu voluntad; tu ley la llevo dentro de mí”, lo que denota la estrecha relación que existe entre conocer la voluntad de Dios y atesorar la Palabra.
Voluntad general y voluntad específica: ¿cuestión de perspectivas?
Como hemos visto, con la revelación especial el creyente puede conocer la voluntad general de Dios en lo que concierne a su salvación y la restauración de todas las cosas. Sin embargo, también podemos conocer la voluntad específica de Dios para nuestras vidas siguiendo el patrón de práctica y fe de los personajes de la Biblia.
Con esto me refiero a que Dios no necesariamente utilizará una voz audible para declararle a una persona si debe estudiar esta o aquella carrera, o si debe casarse con cierta persona, ni siquiera declarará explícitamente si alguien debe o no iniciar un ministerio en cierto lugar o si el próximo paso a seguir es emprender una misión a una recóndita selva del Amazonas o formar una nueva empresa. Creo más bien que, a través del ejercicio constante de la lectura de la Palabra y mediante la oración, el creyente puede descubrir en las Escrituras un patrón o modelo de conducta y fe que le encamine hacia la voluntad de Dios en su vida.
Quiero señalar un par de versículos que revelan lo que yo he llamado en este artículo la voluntad general de Dios. En cierta ocasión, Jesús señaló: “Porque la voluntad de mi Padre es que todo el que reconozca al Hijo y crea en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el día final” (Jn. 6.40). A su vez, Pablo dijo a los Gálatas que Jesucristo dio su vida por nuestros pecados para rescatarnos de este mundo, «según la voluntad de nuestro Dios y Padre» (Ga 1.3-4). Aquí la voluntad de Dios es que seamos salvos.
Pablo indicó a los tesalonicenses que la voluntad de Dios era que ellos fueran santificados y que dieran “gracias en toda situación” (1 Ts. 4.3; 5.18). Por su parte, Pedro escribió a los judíos de la diáspora que la voluntad de Dios consistía en que, practicando el bien, “hagan callar la ignorancia de los insensatos” (1 P. 2.15).
Muchos pasajes de las Escrituras nos revelan la voluntad general de Dios, tanto para el creyente como para la iglesia. Por eso, para determinar cuál es la voluntad específica de Dios, el creyente debe poner su experiencia personal a la luz de Cristo y su Palabra, para descubrir de qué manera su vida se une con los propósitos del Señor.
La obra del Espíritu Santo y la voluntad de Dios
En el proceso de restauración del ser humano, hay un agente especial de la trinidad que efectúa la regeneración y santificación: el Espíritu Santo. Es la tercera persona de la trinidad la encargada de abrir los ojos del cristiano para que pueda comprender el mundo espiritual (1 Co. 2.14). No en vano el salmista declaró: “Enséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios. Que tu buen Espíritu me guíe por un terreno sin obstáculos” (Sal. 143.10).
Quizá la porción de las escrituras que más claramente revela el oficio del Espíritu Santo como un guía hacia la voluntad de Dios es Juan 16.3. En este pasaje, Jesús declara que el Espíritu de verdad guiará a sus escogidos a toda la verdad. Sobre esta porción, Matthew Henry (1999) dice: “Ser guiado a la verdad es algo más que conocer la verdad, pues indica la presencia de un guía interior con el que se tiene confianza plena y comunión personal íntima; también indica un descubrimiento gradual, progresivo, de la verdad que brilla más y más intensamente a nuestros ojos (comp. con 2 Co. 3.18)” (p. 1456).
Pero, qué significa que el Espíritu Santo guiará a “toda la verdad”. ¿Acaso se refiere a que también le enseñará a los creyentes ciencia, matemáticas, historia, geografía, entre otros temas? “No, sino que se refiere a toda verdad que dice con referencia a la misión que le ha sido encomendada; a todo lo que nos es necesario y conveniente conocer para la salud eterna de nuestras almas” (Henry, 1999, p.1456).
Ahora, el texto de Juan 16 dice que el Espíritu Santo revelará lo que “habrá de venir” (Jn. 16.13). En este caso, no debemos interpretar esto como si el Espíritu Santo nos guiara a saber qué va a pasar en nuestro futuro inmediato, como miembros individuales del cuerpo de Cristo. En realidad, el pasaje nos enseña que los apóstoles recibieron una guía profética especial que condujo a la iglesia a un conocimiento más maduro acerca de las verdades celestiales, que incluyen la salvación, la santificación y la vida eterna. Aun así, debemos confiar en que, en sus propósitos divinos, el Señor nos guía a su voluntad mediante la obra de su Santo Espíritu y a través de la revelación especial de su Palabra.
De hecho, la Biblia asegura que el Espíritu intercede por los creyentes conforme a la voluntad de Dios (Ro. 8.27), porque qué pediremos como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu Santo sabe de qué tenemos necesidad, y clama por nosotros al Padre.
Su voluntad se cumplirá
La mente del ser humano es corrupta en su totalidad, lo que le priva de la posibilidad de entender los propósitos de Dios, sin embargo, una vez que una persona es iluminada y regenerada por el Espíritu Santo, y mediante la revelación especial, este nuevo creyente está capacitado para descubrir lo que Dios demanda del mundo y, por ende, cómo su vida se une con este propósito general de redención para ser útil en el plan de salvación.
Como creyentes podemos confiar que en la Palabra y en Jesucristo tenemos todo lo que necesitamos para llegar al conocimiento de la voluntad de Dios. De hecho, cuando le pedimos a Él que nos revele su propósito en nuestro trabajo, familia, matrimonio, estudio, ministerio o cualquier otro asunto, podemos confiar en que Él intercederá mediante su Espíritu por nosotros para que no solo entendamos cuál es el próximo paso que debemos dar, sino que cultivemos una relación de intimidad y comunión con Él como la tuvo Adán y Eva. Sin duda, el Señor restaurará todas las cosas y el ser humano retomará su propósito inicial, reinar para Dios toda la creación.
Lecturas recomendadas
Grudem, W. (2007). El pecado (p. 520-521). En: Teología Sistemática. EE.UU: Editorial Vida.
Goldsworthy, G. (2011). La caída (p. 141). En: Estrategia Divina. España: Editorial Andamio.
Henry, M. (1999). Comentario bíblico de Matthew Henry. EE.UU: Editorial Clie.
MacArthur, J. (2010). Comentario MacArthur del Nuevo Testamento: Romanos. EE.UU: Portavoz.
Strong, J. (2002). Nueva Concordancia Strong Exhaustiva. EE.UU: Grupo Nelson.