¿La salvación depende de la decisión del individuo?

La respuesta a esta pregunta tiene distintas respuestas dependiendo desde dónde se mire. Por eso, antes de responderla, vale la pena preguntarnos: ¿Cómo era el estado mental y espiritual de una persona antes de venir a Cristo?

Por una parte, varias corrientes teológicas afirman que el estado mental y espiritual de una persona antes de venir a Cristo era “bueno” o “parcialmente bueno”, lo que les dio la posibilidad de aceptar por su propia capacidad analítica y moral el mensaje de la fe.

Esta corriente de pensamiento (conocida como arminianismo) afirma que el ser humano tiene plena capacidad espiritual para ver y conocer el reino de Dios, pues, aunque heredó el pecado de Adán, aún así su voluntad no fue entenebrecida totalmente, sino que todavía hay vestigios de la naturaleza del primer hombre antes de caer en desobediencia.

A este tipo de pensamientos se le conoce como depravación parcial del ser humano.

«El arminianismo enseña que una persona tiene la capacidad de iniciar por sí misma la salvación o que Dios ha dado a todos los hombres la posibilidad de salvarse, y es tarea del hombre aceptar ese ofrecimiento y venir ante Dios».

Uno de los pasajes bíblicos más usados por quienes creen en esta perspectiva es Juan 3:16, en el que el SEÑOR Jesús afirma: “porque de tal manera amó Dios al mundo, que envió a su hijo unigénito para que todo aquél que cree no se pierda, mas tenga vida eterna”.

En este sentido, quienes defienden esta postura sostienen que la frase: “Dios amó al mundo” implica que el ofrecimiento del evangelio es para toda criatura y que, debido a que el ofrecimiento es “para todo aquél que cree” (creer en presente y no en futuro), debe querer decir el texto que todos los seres humanos tienen la capacidad para aceptar este ofrecimiento por sí mismos.

Sin embargo, hay varios pasajes que demuestran que esta interpretación de Juan 3:16 es incorrecta, debido a que nadie puede (ni quiere) buscar a Dios, sino si, y sólo si, Dios le capacita divinamente para poder acercarse a él.

Antes de ver estos pasajes, quiero decirte que la otra postura (o la postura reformada) enseña que:

«El hombre no es capaz de hacer ninguna obra que pueda conducirlo por sí mismo a la salvación, o ser partícipe por sus propios méritos en el proceso de salvación».

Este concepto se conoce como depravación total, y significa que no hay nada que el hombre pueda hacer para iniciar su salvación, esto porque su mente, alma y corazón están totalmente entenebrecidos a la verdad del evangelio.

Algunos pasajes que afirman nuestra completa incapacidad de ver, entender o entrar al reino de Dios por nosotros mismos son los siguientes:

  • Juan 3:3. Allí Jesús le dice a Nicodemo: “Con toda certeza te digo que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”. Aquí el requisito para ver el reino de Dios es nacer de nuevo, lo que implica que el ser humano o está muerto y debe volver a la vida, o es totalmente incapaz de ver el reino de Dios y necesita una asistencia divina de parte de Dios.
  • Juan 3:5. Aquí Jesús le vuelve a decir a Nicodemo: “con toda certeza te digo que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios”. La condición para que un hombre pueda entrar en el reino de Dios es nacer mediante el Espíritu Santo, es decir, debe haber una obra previa del Espíritu Santo, y esto en virtud de que el ser humano carece de algo necesario para poder entrar por sí mismo.
  • Juan 8:31-36. En este pasaje se afirma: “Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. Le respondieron: Linaje de Abraham somos, y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Seréis libres? Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado. Y el esclavo no queda en la casa para siempre; el hijo sí queda para siempre. Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres”. Jesús explica que el ser humano necesita ser librado del pecado, porque por sí mismo no puede escaparse de las cadenas de esclavitud del pecado.

Por tanto, como enseñó Pablo en Romanos 9:16: “no depende del que quiere ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia”, pues “el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Co. 2:14).

A su vez, vale la pena recordar cómo en Romanos 3 el apóstol acusa a judíos y a no judíos de que todos estamos bajo pecado, pues por un hombre (Adán) entró el pecado al mundo, y por el pecado la muerte (Ro. 5:12-21). En el versículo 10 y 11 se lee: “Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; No hay quien entienda, No hay quien busque a Dios”.

Todavía hay muchos pasajes que hablan de la incapacidad humana para buscar a Dios y alcanzar salvación por sí mismos, sin embargo, hay que entender que en la Biblia encontraremos con frecuencia pasajes que animan al incrédulo a apartarse de su camino, aunque, como ya hemos dicho, no pueden hacer esto a menos que Dios se los conceda.

¿Por qué la Biblia anima a los incrédulos a “ser perfectos como el Padre celestial es perfecto” (Mt. 5:48), si nadie puede?

La razón es porque la Biblia demuestra el carácter santo y la voluntad de Dios. En otras palabras, es la voluntad de Dios que el hombre se arrepienta de sus pecados, pero también deja claro que sólo esta acción se puede realizar por los méritos de Cristo, para que toda la gloria sea para Dios y no para los hombres (vea Jn. 6:44).

Con todo, si alguien se sintiera angustiado porque es un pecador que no puede hacer nada para acercarse a Cristo por su propios méritos, resta animarle con las frases del apóstol Pablo en Efesios 2:5, cuando dijo que “aun estando nosotros muertos en pecados, [Dios] nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)”.

¡Qué gran bendición! “Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén” (Romanos 11:36).

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