¿Soy llamado a ser un predicador? 9 marcas distintivas según Steven Lawson

¿Cómo puedo saber si he sido llamado a ser un predicador (pastor)? Esta es una excelente pregunta que todo candidato al ministerio debe hacerse antes de aspirar al cargo. Todo el que anhela obispado, buena obra desea (1 Timoteo 3:1), pero es necesario que primero el aspirante confirme si en realidad tiene el llamado de parte de Dios.

Durante una clase de predicación expositiva con el dr. Steven Lawson, aprendí que existen nueve marcas o señales distintivas del llamado a predicar, y quiero compartirlas con ustedes, especialmente para los que necesitan confirmar su llamado o para los pastores que están evaluando candidatos para ocupar este oficio.

Basta aclarar que estas nueve marcas son exclusivas para el hombre (1 Timoteo 2:11-12). Para una discusión sobre si la mujer puede ser pastora, recomiendo visitar mi artículo: ¿Puede la mujer ser pastora?, en el que presento suficiente evidencia sobre este caso

1. Compulsión por la Palabra

El que es llamado al ministerio de la predicación (o el ministerio pastoral) debe tener un deseo abrumador por predicar. Debe sentir que este deseo arde fuertemente en su interior, en sus huesos. Es algo que debe hacer con urgencia; no es algo que quiere, sino algo que debe hacer.

Para el que es llamado a predicar hay un descontento por las cosas del mundo y un deseo creciente por predicar la verdad de Dios. 1 Timoteo 3:1 dice: “el que anhela obispado, buena obra desea”; esto indica que en el aspirante debe haber un deseo intenso, una pasión exclusiva, creciente, fuerte.

Charles Spurgeon dijo que si un hombre es llamado al ministerio, se le debe desafiar a que lo abandone, que lo olvide; si realmente tiene el don, tal hombre no va a poder abandonar el llamado, más bien va a perseverar hasta conseguirlo.

El hombre que es llamado es indomable, no puede ser detenido; debe predicar, tiene que hacerlo. Él preferiría morir antes que no predicar la Palabra de Dios. Martin Lloyd-Jones dijo que, si una persona es llamada a predicar, sentirá una presión tan fuerte sobre él que dirá: “no puedo hacer nada más, debo predicar”.

¿Dios ha puesto este deseo en tu vida, una pasión por ponerte de pie ante un grupo para explicar lo que la Palabra de Dios enseña?

2. Competencia para enseñar

El que es llamado a predicar debe tener una habilidad dada por Dios para enseñar la Palabra. No se trata solamente de ser un buen orador, alguien carismático en el púlpito; él tiene algo que enseñar y es ese algo lo que lo hace buscar oportunidades para predicar.

Tener competencia para enseñar se refiere a enseñar un texto con orden, con eficacia, con precisión hermenéutica, teológicamente correcta. En 1 Timoteo 3:2 Pablo dice que el pastor debe ser “apto para enseñar”, y esta es la única habilidad sobrenatural que se requiere de él y que de hecho le distingue del resto de ministerios.

La frase «apto para enseñar» es una sola palabra en el griego y significa: «habilidoso para enseñar». Dios le da sobrenaturalmente una capacidad para ver y entender lo que hay en las Escrituras, y una habilidad para compartirlo a la audiencia con claridad y precisión.

Si una persona no puede ver con claridad lo que enseña la Escritura, si su predicación se caracteriza por ser imprecisa, deficiente, poco clara, esto se debe a una de dos cosas: o al hombre le falta entrenamiento teológico (sin lo cual nadie debería ocupar este oficio), o no ha sido llamado a ser predicador.

Una persona que dice ser llamada al ministerio debe evaluar si tiene el don de motivar a las personas (Tito 1:8), hacer que ellas se movilicen y hagan algo. Una manera de comprobar que se tiene este don es ver si en otras personas se percibe crecimiento, comprobar si los oyentes crecen en su entendimiento de las Escrituras, comprobar si los creyentes están emocionados de compartir con el predicador lo que están aprendiendo bajo su predicación. Como consecuencia, las personas son movidas a servir a Dios.

3. Carácter piadoso

En 1 Timoteo 3 Pablo habla del carácter que debe tener un pastor-maestro (y cualquier creyente en realidad). Estas habilidades necesitan ser desarrolladas desde muy temprano en la vida de un predicador. El v. 2 dice: “es necesario que el obispo sea”; no dice que sería bueno que lo sea, sino que es obligatorio que lo sea. No se trata de cumplir el 90% de la lista, ni siquiera el 95%, debe cumplir toda la lista; estas marcas del carácter deben estar maduras, desarrolladas en su propia vida.

Marido de una sola mujer: debe tener un compromiso único con la mujer con la que vive. No puede ser un hombre lujurioso, coqueto o acusado de adulterio y fornicación. Debe ser puro sexualmente.

Sobrio: está bajo control, no es impulsivo, no hace las cosas sin pensar; tiene dominio propio.

Prudente: es sabio, sabe cómo aplicar la verdad en los aspectos diarios de la vida; hay una orientación práctica en la vida del predicador. No es ingenuo, está alerta.

Decoroso: se conduce con dignidad; no es inmaduro, no se presenta como un payaso, es respetable.

Hospedador: ama a los extraños, sus brazos están abiertos a la gente, no solo a los miembros de la iglesia, también a los visitantes. Es una persona cálida, no es frío. Esto no se refiere a ser el centro de atención en cada reunión social, pero debe estar abierto a entablar nuevas amistades y preocuparse por el bienestar de las personas.

No dado al vino: no hay un intoxicante que afecte su juicio, está libre de vicios.

No pendenciero: él no es un peleonero, alguien agresivo o combativo; él busca acuerdos. No está tras disputas teológicas. Por supuesto que el anciano debe reprender con sana doctrina, como enseña 2 Timoteo 4:2, pero hay un tiempo, un lugar y una ocasión para eso; en otras palabras, no debe ser algo característico de la personalidad del aspirante el buscar peleas. Él sabe escoger bien sus verdaderas batallas.

Gentil: es amable. No está hiriendo los sentimientos de las personas a todas las partes a las que va y en todas las iglesia que predica.

Apacible: es un pacificador. Ahora bien, la predicación a veces puede ofender, y de hecho muy a menudo lo hace, pero hay una gran diferencia entre ser ofensivo y dejar que la verdad de Dios sea ofensiva hacia el pecador. La verdad es la que debe ser aguda, no el predicador. Él siempre busca reconciliar a las personas y construir puentes (claro está, sin comprometer la doctrina).

Libre del amor al dinero: el predicador debe evitar la codicia y la mundanalidad en su corazón; él no está atado al dinero, ni persigue esto como el objetivo de su vida. Tampoco es tacaño, es generoso, capaz de compartir con otros sus bienes.

Que gobierne bien su casa: el liderazgo espiritual comienza en el hogar. El aspirante a predicador debe primero liderar bien a su propia familia en el campo espiritual, emocional y financiero; si no puede hacerlo, no puede liderar una iglesia. Liderar en casa es un campo de entrenamiento. Es importante que su esposa sea una mujer piadosa y que siga el liderazgo de su esposo; es importante también que los hijos sigan el liderazgo de su padre y sean fieles a su autoridad.

No un neófito: debe ser notablemente maduro en las cosas del Señor.

Buen testimonio de los de afuera: debe tratar bien a las personas de la comunidad y ser considerado como un hombre piadoso, prudente, digno de confianza. En otras palabras, no debe ser alguien a quien puedan acusar o ridiculizar por su conducta; las personas de su trabajo deberían poder dar fe de que tal hombre se conduce tal cual como predica.

4. Confirmación de otros

Mientras otros te escuchan predicar deben reconocer que tienes estos dones en tu vida. Las personas de la congregación deben certificar el llamado, ver en el predicador las habilidades, el don y el talento para enseñar y exhortar.

En 1 Timoteo 3:10, hablando sobre los diáconos, Pablo dice: “y estos también sean sometidos a prueba primero”, lo cual se refiere a que los aspirantes a predicadores deben primero ser probados en lo único que los hace diferentes de otros ministerios: su aptitud para enseñar.

La retroalimentación es importante, pero se debe discernir la fuente de la retroalimentación. Hay personas que no pueden distinguir una buena predicación cuando la escuchan, porque son inmaduros en la fe, pero la retroalimentación de una persona versada en la predicación y la enseñanza, y maduro en teología, es de mayor peso para evaluar este punto.

¿Recibe usted una buena retroalimentación de pastores maduros en la predicación y de creyentes maduros en la fe? La confirmación del llamado no debe buscarse en los aduladores, sino en hombres con experiencia pastoral que han sido expuestos a su enseñanza.

5. Conversiones para Cristo

Debe haber fruto espiritual en el ministerio. Debe existir el deseo en el corazón de ver a otras personas ganadas para Cristo. Charles Spurgeon dijo que no podía creer que había sido llamado a predicar hasta que viera a la primera persona convertida a causa de su predicación.

No se trata de haber motivado alguna vez a una persona, pero que ahora abandonó la fe o la iglesia por falta de discipulado de su parte. Todo lo contrario, el predicador es un discipulador eficaz, debe poder ver conversiones genuinas, personas madurar gracias a su predicación y mantenerse firmes y dando fruto en la fe.

Tener una iglesia llena no es una confirmación de un llamado a predicar, porque un payaso puede llenar una iglesia con facilidad; la prueba de un verdadero llamado a la predicación es ver personas quebrantadas y que someten sus vidas a Cristo gracias a una predicación poderosa.

6. Comunión con Dios

Mientras discernimos el llamado a predicar, debemos pasar mucho tiempo en oración y lectura bíblica. Debemos acercarnos a Dios lo más posible, y presentarnos ante Él como un sacrificio vivo para ser usado por sus manos. Debemos estar en tal comunión con Dios que Él pueda movernos al ministerio.

Debemos estar tan sumergidos en Dios que Él pueda comunicarnos sus deseos para nosotros. No es una experiencia mística, sino una motivación interna como un fuego apasionante que proviene del Espíritu Santo.

7. Crisis en el corazón

Si usted es llamado a ser un predicador, debe existir en su interior una crisis, en el sentido de que hay frente a usted una decisión crucial que debe tomar lo más pronto posible con respecto a su llamado.

Esta crisis significa que en su interior hay una lucha con Dios con respecto a este llamado; usted hace lo posible por retroceder, considera que a lo mejor debe dedicarse a otra cosa y no quiere sentir más esa carga en el corazón, pero (y aquí está el significado de esta marca) por más que trata de evitarlo, simplemente no puede.

El llamado a predicar realmente le pesa como a Jeremías: “Si digo: «No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre», entonces su palabra en mi interior se vuelve un fuego ardiente que me cala hasta los huesos. He hecho todo lo posible por contenerla, pero ya no puedo más” (Jeremías 20:9).

Si usted es llamado a predicar, no es apático y frío con respecto a esto, sino que hay en usted una tormenta desatándose en su interior, su esposa ve en usted una compulsión y una crisis desarrollándose.

Esto se convierte en usted como una obsesión; necesita predicar y por tanto poner todas las cosas en su lugar lo antes posible para detener esa tormenta. El que es llamado a predicar se dice a sí mismo: «simplemente no puedo aguantarlo más», y hace todos los cambios que sea necesarios en su vida (por muy radicales que sean) para servir al Señor.

8. Circunstancias ante nosotros

Dios pavimenta el camino para que nosotros cumplamos el llamado. Dios abre puertas para cumplir este llamado al ministerio. La providencia nos dirige, las circunstancias nos conducen a ese momento. El entrenamiento teológico se hace disponible, los recursos son provistos, las personas son atraídas, la iglesia confirma el llamado, los pastores de la iglesia local respaldan el don.

Dios abre una puerta que nadie puede cerrar. Todo lo que es necesario que pase, providencialmente pasa, todo es provisto por Dios en su voluntad.

9. Comisión de la iglesia

El que es llamado a predicar necesita la confirmación del liderazgo espiritual de la iglesia, especialmente (y esencialmente) del cuerpo de ancianos. Tiene que haber una imposición de manos por parte de los pastores o una confirmación verbal que certifique que la persona ha sido llamada por Dios. Es muy extraño (tan extraño que es imposible) que una persona que dice ser llamada no tenga el respaldo de su iglesia local para dedicarse a esa tarea.

Romanos 10:15 dice: “¿cómo van a predicar si no fueran enviados?”; la falta de confirmación ministerial por parte de un cuerpo maduro de ancianos en la iglesia local es un fuerte indicio de que una persona no ha sido llamada a predicar. La agencia que envía es la iglesia local, ella es la que comisiona al predicador y es la que en última instancia debe ver en él las cualidades de un verdadero predicador.

¿Cuál es la diferencia con otros llamados ministeriales?

Las anteriores marcas fueron tomadas de dos clases de Steven Lawson para el Seminario Reformado Latinoamericano. Cada una de las reflexiones son citas textuales directas de este sorprendente predicador. Sin embargo, quiero añadir una reflexión adicional.

Al ver estas marcas, notamos que cualquier ministro (misionero, evangelista, pastor-maestro, diácono) debería cumplir con estos requisitos, excepto uno: ser apto para enseñar (1 Timoteo 3:2).

Un misionero debe tener la habilidad de compartir las buenas nuevas en contextos interculturales exigentes; es una persona capaz de manejar diferentes idiomas, conoce las culturas en las que trabaja y se adapta fácilmente a ellas, tiene un don de emprendedor y es capaz de establecer iglesias y organizarlas alrededor de una serie de ministerios esenciales. Pero también tiene una urgencia por visitar más y más lugares, no puede quedarse quieto, necesita ir a otros territorios y establecer nuevas iglesias.

Por esta razón, aunque el misionero debe ser conocedor de la doctrina, no se requiere de él que sea un pastor-maestro. Es decir, el misionero se distingue del pastor-maestro en que este planta la semilla del Evangelio y deja el cuidado de la iglesia a un pastor que alimentará sistemáticamente a las ovejas durante un largo periodo de tiempo, exhortándoles y disciplinándoles. Su vocación es a corto y mediano plazo, mientras que la del pastor-maestro es a largo plazo en la instrucción doctrinal.

El evangelista es un hombre que tiene grandes habilidades sociales; tiene el don de atraer personas, es carismático, amante de los extraños, hospedador, pero ante todo tiene un sentido de urgencia por la conversión de las almas. Es como un bombero que está buscando personas a quienes se les está quemando la casa, y les urge a huir del juicio final en el infierno y arrepentirse de sus pecados.

El evangelista no necesita dedicar su vida a enseñar sistemáticamente en la iglesia local todo el cuerpo de doctrina de las Escrituras, sino que su campo de acción está afuera, en la calle; se diferencia del misionero en que su tarea consiste en atraer inconversos la iglesia local; es la mano derecha del pastor, atrayendo almas que son desafiadas a seguir el camino del discipulado cristiano (compare con el ministerio de Juan el Bautista). Su labor consiste esencialmente en plantar la semilla del Evangelio en el corazón de los incrédulos.

El diácono debe tener habilidades en la administración de recursos físicos y financieros. Necesita tener un carácter piadoso para llevar a cabo el ministerio de la misericordia y debe tener un gran corazón para los necesitados; pero no se requiere de él que sea hábil en la enseñanza, porque la predicación eclesiástica (dominical) es una tarea exclusiva del pastor.

Así que, en mi consideración, las ocho marcas que presenta Steven Lawson (excepto la #2) pueden darse en la vida de personas que están siendo llamados a servir al Señor de manera general, sea cual sea el ministerio.

Sin embargo, en el caso del que es llamado a ser pastor y predicador, hay un requisito indispensable: ser habilidoso para instruir en la sana doctrina, y enseñar «todo el consejo de Dios» (Hechos 20:27).

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