¿Qué hombre es este?

Y los hombres se maravillaron, diciendo: ¿Qué hombre es este, que aun los vientos y el mar le obedecen?”.

Mateo 8:27

Jesucristo fue un hombre extraordinario. Si bien vestía túnicas sencillas y su aspecto era poco llamativo, nadie hizo las cosas que Él hizo.

En Mateo 9:33 se nos dice que cuando Jesús expulsó a un demonio del cuerpo de un hombre mundo, en seguida la gente exclamó: “¡Nunca se ha visto cosa semejante en Israel!”. En otra ocasión, Jesús perdonó los pecados de un paralítico y le mandó que caminara en presencia de una multitud, y todos glorificaron a Dios al verlo levantarse del suelo. “Nunca hemos visto tal cosa”, dijeron (Mr. 2:10-12).

Jesús fue un hombre extraordinario. Nunca se vio tal cosa en Israel. Sus milagros desafiaban las leyes de la naturaleza y agitaban los corazones de los incrédulos.

Un milagro en el lago

Tal vez uno de los milagros más sorprendentes, que causó la admiración de sus doce discípulos, fue el que ocurrió en un lago en Capernaum. La Biblia narra en Mateo 8:23-27 que el Señor llevaba a cabo un intensivo programa evangelístico.

Luego de acabar su labor, tomó una barca y se dirigió a la región de los gadarenos. Dice el versículo 24 que en medio del trayecto se levantó una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca; y que, en esa situación, ¡Él estaba durmiendo!

Imagina la escena: Jesús va con sus discípulos a una misión al otro lado del lago. Es buen día. El pronóstico del tiempo indica que se puede cruzar en una barca de tamaño mediano sin peligro. Durante el trayecto, Jesús les dice que va a dormir para reponer fuerzas. Cuando a mitad del viaje nubes grises cubren los cielos y vientos recios golpean con fuerza la barca.

Jesús sigue dormido mientras los discípulos intentan timonear la nave, hasta que las olas se hacen tan grandes que el barco empieza a hundirse. El aire brama como un león hambriento, y los discípulos comprenden que ese puede ser su último día en la tierra. Es seguro que escucharon casos de barcos que habían naufragado en esa zona. A lo mejor alguien les advirtió que no era una temporada adecuada para cruzar el lago, y por eso temían por sus vidas.

Pero dice la Escritura que Jesús seguía en la popa del barco, durmiendo sobre un cabezal. ¡Quién puede estar dormido en esta situación! Conozco a personas que tienen un sueño tan profundo que ni un terremoto los despertaría; pero esto… esto sí que es un sueño profundo.

Señor: ¡sálvanos que perecemos!

Los discípulos están tan desesperados que deciden despertar a Jesús. Mateo escribe que ellos le rogaron “Señor, sálvanos que parecemos” (8:25). Mientras que Marcos nos dice que le preguntaron: “Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?” (4:38).

Me parece muy curiosa esta declaración. Es seguro que ellos no creían que Jesús pudiera calmar la tormenta, porque precisamente se asombraron cuando lo hizo. Ellos estaban tan asustados que gritaron por misericordia. Es como un hombre que en medio de una catástrofe natural simplemente grita: “¡auxilio!”. “Jesús, auxilio, has lo que se te ocurra, ora a Dios para que nos ayude”.

¿Qué hizo Jesús? Se levantó, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y de inmediato, en cuestión de segundos, el viento cesó. El idioma español no logra expresar la carga simbólica de este pasaje. En el griego original, el texto de Marcos 4:39 se puede traducir literalmente así: “y habiéndose levantado [Jesús], ordenó rigurosamente al viento, y dijo al mar: ¡silencio!, ¡cállate!, como habiéndole puesto un bozal, y el viento se relajó y hubo una gran calma”.

Hombres de poca fe…

¿Puedes imaginar la expresión de los doce? ¿Qué habría pasado por sus mentes? Sea lo que hayan pensado, ellos no esperaban que Jesús domara así a la salvaje naturaleza. Tal vez creían que Dios, el todopoderoso, sí podía; ¿pero Jesús? ¿Tenía este poder en sí mismo?

Esta es la respuesta que Él les dio: “¿Por qué teméis, hombres de poca fe?” (Mt. 8:26). “¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe? (Mr. 4:40).

¿Será que Jesús esperaba que ellos hicieran ese prodigio? He escuchado a varios predicadores decir que la fe de este pasaje significa la posibilidad de hacer estos milagros. No obstante, lo que Jesús les está preguntando está relacionado con lo que ellos expresaron después: ¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?

En Juan 14:7-9 Jesús les dio la respuesta: “Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto”. Jesucristo está en estrecha comunión con el Padre. Pero observa lo que le respondió Felipe: “Señor, muéstranos el Padre, y nos basta”.

Ellos tenían un concepto de Jesús como el mesías prometido, pero para ellos se trataba nada más de un hombre, el descendiente del rey David. Jesús corrige la estrechez de pensamiento de Felipe: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre?”.

El Dios-Hombre

Este hombre que calmó la tempestad es en realidad Dios hecho carne. Jesús es el verdadero Dios. Esta es su verdadera identidad: Jesucristo es el Verbo eterno que se hizo carne. El resplandor de gloria del Dios, la imagen misma de su sustancia. Ese hombre que dormía en la popa del barco era al mismísimo Dios encarnado.

Y tú, ¿quién dices que es Jesús? ¿Crees que es sólo un hombre sorprendente? O, ¿crees que es Dios mismo hecho carne? Y si dices creer en Él como el verdadero Dios, ¿le amas, le obedeces, le crees? ¿Tienes una relación íntima con él? ¿Le conoces? ¿Te deleitas en su presencia y dependes totalmente de su gracia? Dios te llama hoy a renovar tu confianza en Él. Si has descuidado tu relación con Jesucristo, eres llamado a estar a cuentas y confiar en su nombre.

Pero si aun estás considerando quién es Jesús, y no has puesto tu fe en él para salvación porque no te parece lo suficientemente sorprendente para entregarle tu vida, te quiero decir que Jesucristo sigue siendo Dios. Tu incredulidad no le resta su divinidad.

Él es Dios, y tú eres su criatura. Él puede hacer por ti el milagro más sorprendente: darte un nuevo nacimiento, recobrar tu vista, sacarte de la tumba en la que te encuentras por el pecado y levantarte de tu estado de parálisis espiritual para que puedas venir corriendo a él en arrepentimiento y fe.

Ven a Cristo a pesar de la tormenta de tu alma, escapa ahora mismo de la condenación eterna para que, por medio de la fe, haya abundante paz en tu corazón. ¿Qué estás esperando?

Si aún no has tenido un encuentro con este asombroso Dios-hombre, comienza tu nueva vida en Cristo (aquí).

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