¿Quién podrá decir: Yo he limpiado mi corazón, Limpio estoy de mi pecado?”.
Proverbio 20:9
Casi cualquier persona en el mundo podría afirmar que es una buena persona. Desde muy temprana edad, la cultura intenta convencernos de que somos esencialmente buenos, que cuando nacemos somos como una pieza de papel en blanco que el mundo se ocupa de dañar, pero que hay quienes logran conservarse intactos.
Casi todos, repito, estarían dispuestos a afirmar que son buenas personas, que merecen el cielo. Pero de acuerdo con el Espíritu Santo, nadie es tan bueno como para merecer tanto.
El estándar: los diez mandamientos
La base sobre la cual las personas afirman su bondad son los diez mandamientos. Ellos dicen: “yo no robo, no mato, no miento, no adultero, honro a mis padres”. Aseguran que irán al cielo o que Dios los bendecirá porque ‘no han cometido ningún delito’.
Ante el error de creer que somos perfectos por cumplir exteriormente los diez mandamientos, Jesús enseñó en el Sermón del Monte el verdadero significado de los diez mandamientos.
Tú dices: “yo no he matado a nadie”. Bueno, Jesús dijo: “Ustedes han oído que se dijo a sus antepasados: ‘No mates’, y todo el que mate quedará sujeto al juicio del tribunal. Pero yo les digo que todo el que se enoje con su hermano quedará sujeto al juicio del tribunal. Es más, cualquiera que insulte a su hermano quedará sujeto al juicio del Consejo. Y cualquiera que lo maldiga quedará sujeto al fuego del infierno”.
Jesús no está diciendo que el sexto mandamiento fue mal interpretado por Moisés. El mandamiento dice no matarás. Pero resulta que los maestros de Israel, creyendo que podían hacerle trampa a este punto, enseñaron que matar consistía en el acto de asesinar a otro, pero que no implicaba la intención de matar.
Entonces los eruditos de Israel enseñaban que tú puedes golpear a tu prójimo hasta dejarlo al borde de la muerte sin ser culpable de romper este mandamiento. O que puedes desear toda clase de males en su contra (como su destrucción y su ruina), y aun así quedar impune.
Dios prueba el corazón
Ya sabemos que Dios prueba el corazón. Dios no está preocupado más por las acciones que por las determinaciones del corazón. Pablo enseñó que del corazón del hombre es de donde nacen los homicidios y toda clase de males.
El corazón humano es engañoso y perverso más que todas las cosas, ¿quién lo conocerá? Dios, dice Jeremías, es el que escudriña el corazón del hombre.
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Lo que la Biblia nos está diciendo es que hay un problema en nosotros. Todos nacimos con una inclinación pecaminosa. En Génesis 8:1 se dice que Dios vio que “el intento del corazón del hombre es malo desde su juventud”. Y el rey David escribió: “He aquí en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre” (Salmo 51:5).
Somos pecadores de nacimiento. La Biblia dice que el que dice que no tiene pecado es mentiroso, y hace mentiroso a Dios. Estamos bajo la influencia del pecado y todo lo que creemos que estamos haciendo bien realmente está mal para Dios. No podemos ganarnos el cielo, no lo podemos merecer.
Entonces, “¿Quién podrá decir: Yo he limpiado mi corazón, Limpio estoy de mi pecado?”. Nadie. Jeremías escribió: “¿Acaso puede un africano cambiar el color de su piel? ¿Puede un leopardo quitarse sus manchas? Tampoco pueden ustedes comenzar a hacer el bien porque siempre han hecho lo malo” (Jer. 13:23).
El verdadero objetivo de la Ley
Alguien me dirá: ¿entonces para qué sirven los diez mandamientos si nadie los puede cumplir? Esa es una gran pregunta. Pablo enseñó que “por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de Dios; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado” (Romanos 3:20).
- Primero, la ley sirve para recordarte tu estado pecaminoso. La ley te dice que has defraudado a Dios; que no lo amas con todo tu corazón.
- En segundo lugar, los diez mandamientos te llevan corriendo hacia Cristo en busca de una solución. Hay alguien que sí está limpio, y que te puede limpiar a ti; su nombre es Jesús, el Hijo del Dios eterno hecho carne.
Jesucristo: el camino al Padre
El Hijo de Dios vino a la tierra para hacer por ti lo que jamás podrías haber logrado: obedecer perfectamente a Dios y aplacar su justa ira.
La Biblia dice que la paga del pecado es la muerte (Romanos 6:23). Merecemos el infierno. Y Dios no está dispuesto a pasar por alto la ofensa, Él va a pagar con justo castigo a todos los que quebrantaron algún punto de los diez mandamientos, por más pequeño que parezca.
Pero aquí está Jesús, el Hijo de Dios, viviendo por nosotros una vida ejemplar ante su Padre, y caminando hasta el Gólgota para morir por nuestros pecados.
Jesús cargó la ira de Dios sobre sí mismo. Recibió la paga que merecíamos y sufrió nuestros dolores. Fue abatido, herido y molido por nuestras trasgresiones.
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¿Qué debo hacer?
La Biblia dice que la salvación es un don de Dios por gracia, no por obras. El requisito es este: cree en el unigénito hijo de Dios, confiésalo con tu boca y corre a Él; es la única manera en la que Dios puede perdonarte.
Si decides rechazar a Cristo, me temo que tendrás que pagar tú mismo por tu propio pecado, miles y miles y miles de años, eternamente, en el infierno.
¿Quién querría esto? Sólo un necio. Pero si crees que Jesús murió por ti y que resucitó de los muertos al tercer día, y ascendió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios, entonces tendrás vida eterna y disfrutarás de una comunión de amor por su gracia. Irás al paraíso cuando tu vida aquí en la tierra llegue a su fin.
Por tanto, no pienses que estás limpio de pecado. Mejor te animo a correr a Cristo con plena confianza de que Él limpia tu corazón por su gracia. Toma tu cruz cada día y síguelo. Ora pidiendo a Dios que perdone tus pecados y empieza una nueva vida. Luego, asiste a una iglesia para que crezcas en tu fe.
¿Qué estás esperando para comenzar?
Si aún no has tenido un encuentro con Jesucristo, comienza tu nueva vida (aquí).