Más allá de una fe intelectual

En el principio creó Dios los cielos y la tierra”.

Génesis 1:1

Quizá el más grande interrogante que se ha planteado el hombre es el origen de su existencia. Todas las sociedades, en cada época, han intentado responder a esta pregunta.

Hace miles de años, los pueblos le atribuían el origen del universo a fuerzas espirituales más allá de lo comprensible; hoy los científicos hacen lo mismo, pero con formulaciones matemáticas y físicas igualmente inciertas.

Bien sean argumentos religiosos o científicos, el ser humano se ha preocupado por conocer su origen.

En busca de una fe racional

Cierto día hablaba con un familiar y me preguntó: “¿cómo haces para saber que la historia del Génesis sobre el origen del universo es la verdad, y no otra teoría o religión?”.

Esta persona buscaba una respuesta racional a la pregunta: ¿cómo puedo saber que Dios existe?, así que dediqué unos minutos a presentarle argumentos racionales, como la milimétrica perfección de la tierra y el sistema solar; la sorprendente composición orgánica del planeta tierra con sus ciclos y estaciones; el equilibrio cuántico que rige nuestras leyes físicas.

Pero ella continuaba diciéndome que la perfección del universo podía atribuirse a leyes naturales. Me di cuenta de que el verdadero y único argumento acerca del origen del universo tiene que ver con la fe.

El escritor de Hebreos, inspirado por el Espíritu Santo, escribió: “Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía” (Hebreos 11:3).

La declaración: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” es una sentencia inteligente, pero también espiritual. Es inteligente porque los científicos han llegado a la conclusión de que en el principio el cosmos tenía las mismas características que relata Génesis 1. Pero es espiritual porque la comprensión de este misterio requiere que una persona vea con ojos espirituales.

Más allá de la razón

Pablo enseñó en 1 Corintios 2:14: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente”.

Para aceptar que “en el principio creó Dios los cielos y la tierra” se necesita una mirada espiritual, porque Dios es espíritu.

Ahora bien, la fe en el Dios de la creación es una fe evangelística. ¿A qué me refiero con esto? La fe en el Dios que creó el universo es una fe que se dirige a la adoración. Permíteme explicarte esto.

Cuando Moisés escribió el relato de Génesis se encontraba en el desierto con un pueblo de un millón de personas que había salido de Egipto. Ellos estaban acostumbrados a escuchar distintas teorías sobre el origen del universo en esa región de Mesopotamia.

Génesis fue escrito por Moisés para instruir al pueblo judío sobre el culto al verdadero Dios. Cuando Moisés redactó: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”, no estaba preocupado por demostrar la existencia de «un dios», más bien quería dirigir la adoración de la nación al único Dios verdadero, el Gran Yo Soy.

Esto es evidente cuando leemos el primer mandamiento de la ley dada en el Sinaí: “Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Éx. 20:1-3).

La fe en Dios, como el creador del mundo, es una fe que se dirige a la adoración. Génesis 1:1 no fue escrito para que tuviéramos una teoría más sobre el origen de todas las cosas, sino que nos declara que a Dios se le debe dar toda la gloria, la alabanza y el honor por la eternidad.

Un conocimiento oscurecido

Habiendo sido creados perfectos, Adán y Eva debían adorar a Dios. Sin embargo, en Génesis 3 se nos dice que ellos decidieron lo contrario, y pecaron contra su creador.

Escucharon los engaños de Satanás y fallaron en obedecerlo perfectamente. Ellos tomaron del fruto del árbol del conocimiento del bien y el mal y cayeron. La muerte entró al mundo por su desobediencia, y con ella la duda, la desesperanza, y la confusión.

En ese momento Dios pudo acabar con todo. Esa mancha en el Edén le era un insulto a su santidad. Pero ¿qué hizo con la humanidad? Cubrió nuestra vergüenza y, aunque nos expulsó de su presencia, nos dio una promesa gloriosa de salvación: un descendiente que aplastaría la cabeza de Satanás.

¿Por qué fue escrito Génesis 1:1? Para recordarnos que creer en «un dios» es algo natural al ser humano, pero confiar en el Dios de la Biblia para alcanzar salvación va mucho más allá.

Me he topado con muchas personas que dice: “yo creo en Dios”. “Qué bueno que creas en él”, les digo, “pero ¿qué de más haces?”.

Dios es el creador del universo, pero también dijo en Deuteronomio 6:13: “A Jehová tu Dios temerás, y a él sólo servirás, y por su nombre jurarás”. Y tú, ¿lo adoras? ¿Lo honras? ¿Es tu único Dios? ¿Es lo primero en tu vida? ¿Lo amas con toda tu alma, mente y corazón?

La esencia de la verdadera fe

La verdadera fe, la fe que brota de las Sagradas Escrituras, no es intelectual o histórica. No consiste en teorías.

La verdadera fe es un don de Dios que nos une a Cristo en el contexto de la salvación.

Es una fe que, como dije, apunta a la adoración. Es una fe que se dirige al centro de nuestras voluntades, de regreso al Edén, de regreso a Cristo.

Es precisamente el Hijo de Dios encarnado quien en su vida, muerte y resurrección nos ha abierto un camino para volver al Padre y habitar con Él en un nuevo cielo y una nueva tierra.

Si eres un creyente que ha olvidado adorar a Dios como el único Dios verdadero, te animo a tener una fe más allá de lo intelectual. Examina tu corazón. Derriba los ídolos que te apartan de Cristo y vuélvete a tu creador en fe.

Pero si todavía no crees en Cristo como tu Señor y Salvador personal, te animo a poner tu confianza sólo en él.

En este mundo de filosofías pseudocientíficas y teorías conspirativas, la única certeza sobre nuestro pasado, presente y futuro se encuentra en Dios. Él es tu creador, y envió a su Hijo al mundo para morir por tus pecados.

Si crees en él, serás una nueva creación, las cosas viejas quedarán en el olvido y empezarás un camino directo al cielo.

Confiesa que Cristo es tu Señor, arrepiéntete de tus pecados y toma tu cruz cada día. Síguelo, pues en esto consiste el todo del ser humano: en conocer al Padre, y a quien él ha enviado, al Señor Jesucristo.

Y tú, ¿crees en Dios el creador? ¿Tienes una fe más allá de lo intelectual?

Si aún no has tenido un encuentro con Jesucristo, comienza tu nueva vida (aquí).

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